Esto, claro está, va para los andaluces. Ya me saldrá alguno criticando que lo haya puesto...
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Los andaluces hablamos perfectamente, los andaluces pronunciamos correctamente todos los sonidos de nuestra lengua, los andaluces no confundimos fonemas alterando la pronunciación, los andaluces no somos personas incultas que no sabemos hablar.
Estas afirmaciones no tendrían cabida en ningún tipo de polémica ni dentro ni fuera de los límites de nuestra Andalucía, si no fuera porque hay personas, incluidas andaluzas, que no hemos sabido dignificar una forma de hablar con unas peculiaridades indudables de las que no tenemos en ningún caso que avergonzarnos.
Claro que no hablamos como las gentes de Valladolid o de Zamora, bueno… ¿y qué? ¿Quién les ha otorgado el privilegio de que sean ellos el modelo?
Aquí hemos desarrollado una forma de hablar como resultado de una evolución de siglos y de unas huellas históricas depositadas por las numerosas culturas que han ido conformando nuestra realidad. Sabemos, por ejemplo, que en el Senado Romano llamaban la atención los senadores procedentes de la Bética porque, algunos de ellos al menos, eran “ceceantes”. Pero de la misma manera llamaban la atención cuando intervenían gentes de la Galia o de la Britania. Sus intervenciones nunca fueron denostadas por este motivo. Los romanos eran muy respetuosos con las costumbres de todos los pueblos.
Por otra parte, Andalucía es una región muy extensa, eso implica que no se habla igual en todas la zonas. Pero sí hay fenómenos lingüísticos que por la extensión de su práctica se pueden considerar más o menos generales, como el “ceceo”, el “seseo”, la aspiración de la “j”, de la “h” y de las “s” finales de sílaba o de palabra, la abertura de vocales finales para indicar el plural, el “yeísmo”, la suavización del fonema “ch”, la supresión de consonantes intermedias por pura economía lingüística, la simplificación de palabras… Fenómenos que, igualmente, no son ajenos a otras lenguas como el inglés, el francés o el alemán.
Además, nuestras condiciones climáticas también influyen en nuestra manera de articular. Nuestro clima seco y caluroso condiciona, en parte, nuestra relajación a la hora de articular algunos sonidos que para pronunciarse con mayor rigidez necesitan una adecuada lubricación de los órganos articuladores. Me imagino las dificultades que sufrirían los soldados alemanes de Rommel en el desierto, en la campaña de África durante la II Guerra Mundial. ¿Cómo se puede hablar alemán en esas condiciones?
Aquí el problema es que, al parecer, no todos estamos convencidos de la tarea de dignificar lo nuestro y sacarlo del desprestigio social en que, a veces, nosotros mismos lo hemos sumergido. Es patético observar cómo locutores y presentadores de medios de comunicación, sobre todo locales, se esfuerzan por aparentar un “castellano perfecto”, pero en cuanto se relajan un momento les sale la vena andaluza.
Hablemos andaluz sin complejos y que nadie nos dé lecciones, que los andaluces llevamos siglos dando al mundo lecciones de filosofía, astronomía, física, medicina, agricultura, aritmética, gramática, literatura, música, navegación, aquitectura, danza… y, sobre todo, de amabilidad, sensibilidad y humanidad.
Lengua andaluza.
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Y a esto yo digo: "OLÉ"