He vivido tres años en Barcelona y he podido ver cómo se politiza asuntos que forman parte de la vida cotidiana, desde la lengua hasta el fútbol. Se aprecia un revanchismo, pues pasamos de prohibir la lengua catalana en la época franquista, donde solo se podía hablar en la intimidad y en el Camp Nou, mientras el generalisimo no estuviera en el estadio, a impartir prácticamente las clases en las escuelas e institutos en catalán, con dos o tres horas de lengua extranjera (el castellano), y por supuesto, inglés y francés. Ni tanto ni tan calvo, dice el dicho.
El pueblo catalán ha sufrido la privación de sus libertades con tal de perder su identidad. Privarte de hablar en tu lengua materna, entre otras muchas cosas que forman parte de tus raíces, es un verdadero atentado contra la libertades. Pero que ahora se "imponga" una identidad nacionalista, manipulando al pueblo, haciendoles creer que son los mejores, los más contribuyentes, los dañados, los ultrajadoetc. es otro atentado contra ellos mismos, pues no se puede eludir reconocer que Cataluña es España, y no por ser ese su mapa político, sino tan solo por su historia y por sus gentes. Miles de "españoles" conforman el pueblo catalán. Si no que pregunten cuántos murcianos, extremeños, andaluces, y de otras provincias llevan decadas levantando Cataluña. Y a los más independentistas se les puede preguntar por sus orígenes, y de seguro aparece algún "español".
Por eso, pienso que no es cuestión de tirar de cada extremo de la cuerda a ver quién es mas fuerte. No es cuestión de ser independetistas, ni nacionalistas, sea catalanes o españoles. No, no es cuestión de recurrir a estos ingredientes que dividen un pueblo, el catalán de España, España de Europra, Europa del resto del mundo. Es cuestión de dejar a un lado este idolo del mundo, es decir, el nacionalismo, las soberanías y demás, y empezar a recuperar valores que nos hacen realmente únicos y diferentes, la solidaridad, el altruismo, la generosidad, la empatía, y ser supranacionales, no circunscritos a un territorio, a un espacio, a un lugar, ni siquiera a una raíces, a unos antecedentes, a unas costumbres, a una tradición, que en definitiva divide y deshumaniza al hombre. Son valores que no los decide el hombre, están en el ser humano, escritos a fuego en su conciencia. Solo así, el ser humano será feliz, y dejará a un lado el hacha de la revancha, de la indignación, del prejuicio, y dará paso a la conviencia sin resignación, a la cooperación sin recelo. ¡No es una utopía! pues eso somos debajo de una capa de polvo, de miles de capas de ideas que no dejan ver lo que realmente somos: ¡hermanos!